Especial de San Valentín

13 de febrero del 2022.

—¿Pero estás seguro? —preguntó Alois por décima vez, mirando cada diez segundos por el ventanal del salón que daba a la colorida calle, y enseñándose tan nervioso que cualquiera creería se trataba de una conversación ilegal.

Bueno, en parte lo era.

—Que sí, maricón. Me gasté una puta fortuna en investigadores para que fuese información confiable. 

—Bueno, Nevin… Pero la otra vez dijiste lo mismo.

—¡Pero qué iba a saber yo que se equivocaron al registrar a ese imbécil!

—Me sentí tan avergonzado ese día… —gruñó contra el móvil, recordando como, tres años atrás, había sido el momento más humillante de su vida. Y eso, considerando su época en North Collan, era demasiado.

Si era muy honesto, la vergüenza de ese día no fue lo peor, sino que todos creyeron que, finalmente, habían dado con el cumpleaños de Hendrik. El deportivo que Zev le obsequió era el recuerdo constante de aquello. Cuando Hendrik aclaró el asunto, Alois no le habló por dos días luego de que el rizado se negara a decirle cuál era realmente su fecha de nacimiento. Simplemente le restó importancia, asegurando que el gesto era suficiente y que ya debía dejar de preocuparse por esas mariconerías. Como si no tuviera importancia, como si la conmemoración del día en que nació el amor de su vida no mereciera nada. Ese bastardo infeliz. Sin embargo, si Hendrik era obstinado, Alois era peor. 

—Ya, bueno. Nadie dijo que debías bañarte en crema batida y esperarlo con un lazo en el cuello. 

—Fue tu idea —le recordó.

Nevin rompió entre risas al otro lado de la línea telefónica. Alois estaba considerando el homicidio. 

—Y deberías agradecérmelo, porque mal no lo pasaste, maricón. No me engañas.

Alois negó, chasqueando con la lengua.

—No hablaré de eso. Solo… Por favor, prométeme que esta vez sí has conseguido el día.

——Te lo prometo por mi hermano. 

La voz de Nevin fue más prudente que de costumbre, y la mención de su hermano no era algo que se tomase a la ligera. Supuso que podía confiar en él.

—Vale, vale. Entonces, ya está. Catorce de febrero…

—Quién lo iba a decir, ¿verdad? Que el marrano ese que tienes nació el puto día del amor. Es que ya, hasta entiendo por qué lo ocultó. 

—Déjalo en paz. Uno no elige qué día nacer.

—Yo sí. Bueno, mi padre…

—Adiós, Nevin.

—De nada, muñeco. Le mandas mis condolencias a la dignidad de Hendrik.

—En tu nombre. —Colgó la llamada y tomó del aire una respiración profunda.

El cumpleaños de Hendrik. Su primer cumpleaños.

Dios.

Observó la hora. Hendrik pronto regresaría del gimnasio y él tendría que comenzar a actuar natural, lo menos sospechoso posible. Podía hacerlo, podía aguantar las próximas veinticuatro horas sin arruinar la sorpresa.

Cerró los ojos y comenzó a repetir en su cabeza que todo saldría bien una y otra vez.

—Alois, ¿quieres un té?

—Lo voy a arruinar, mamá.

Volteó para mirar a la mujer de su vida con enormes ojos asustados. Ella, con una expresión de desconcierto matizado con diversión, le sonrió de vuelta y caminó hasta él. Tomó sus manos y palmeó el dorso de estas de la misma forma que lo había hecho siempre.

—Probablemente lo arruines —sentenció con una sonrisa cálida que no acompañaba a sus palabras.

—¡Mamá! —la protesta salió estrangulada de su garganta. Ni siquiera ella tenía esperanzas en él.

—Bueno, en mi defensa… Nunca fuiste muy bueno preparando cosas. Siempre ocurría algo, como si tuvieras una maldición. ¿Recuerdas cuando quisiste celebrar el día de las madres?

—No fue mi culpa que casi me atropellara un auto. —Y que terminara con una pierna fracturada.

—O cuando fue el cumpleaños de Ian y organizaste esa lujosa fiesta en el hotel…

—¡¿Qué culpa tengo yo de no saber nadar?! —Su novio de ese entonces había decidido tirarlo a la alberca y prácticamente había arruinado el cumpleaños de su mejor amigo.

—Y así tengo incontables antecedentes, hijo.

—No estás siendo justa.

Realmente no era culpa de él que siempre ocurriera algo. Y si no recordaba mal, la única vez que intentó hacer una cena para Hendrik, en la época que estaban en prisión, no terminó muy bien. 

Mierda. Quizá sí tenía una maldición.

—Debería cancelar todo —murmuró con pánico advertible en el rostro.

—¿Lo harás?

—No. —Negó—. Necesito que distraigas a Hendrik por el resto del día.

—Lo suponía. —Suspiró, acunando su mejilla para dejar en ella una caricia—. Le diré a Hendrik que me acompañe de compras y conseguiré insumos médicos. Algo me dice que los necesitaremos.

Alois, indignado pero considerando las posibilidades de que en efecto los necesitasen, rodó los ojos y no protestó. Acompañó a su madre por un té y cuando el reloj ya marcaba pasado las diez de la mañana, escuchó el motor del deportivo de Hendrik y posteriormente el sonido de la puerta al ser abierta.

Su rizado, como un hábito adquirido del que jamás iba a deshacerse, tenía por rutina entrenar todos los malditos días durante la madrugada. Había conseguido una membresía en un gimnasio y se había interesado, más de lo que a Alois le gustaba, en algunos de los deportes que allí se impartían. Boxeo, particularmente. ¿Le agradaba saber que su dueño seguía peleando, aunque fuese por diversión? No, en lo absoluto. Pero había cedido de la misma forma en que Hendrik cedía sobre varias cosas respecto a él. Al menos, rara vez llegaba a casa con algún golpe que lo hiciera preocuparse. Y ese día, por suerte, no era la excepción.

Hendrik entró a la casa con una ladina sonrisa de millón de dólares, con goma de mascar siendo el tributo entre sus dientes. Su cabello, de generosos rizos, caía empapado por sobre sus hombros y llevaba consigo su bolso del gimnasio y un bronceado que podía agradecerse al clima tropical de la isla. 

Alois, tal como lo había practicado mentalmente por horas, lo vio y lo recibió sin hacer nada en absoluto sospechoso. O eso creía, porque su subconsciente al parecer había decidido que era perfectamente normal esconderse tras una puerta.

—¿Alois? —tanteó Hendrik al observar cómo el castaño se había escurrido desde el salón principal y escondido tras la puerta de la habitación de ellos.

Él, desde su lugar, y fingiendo que miraba hacia el anclaje metálico de la puerta, se aclaró la garganta.

—Oh, hey. Volviste temprano…

Hendrik frunció el ceño, riendo con una advertible confusión. No lo culpaba.

—Corderito… —Se rascó la esquina de una ceja—. ¿Qué cojones haces?

—Es temporada de arañas —mintió—. Estoy… viendo si necesitaremos fumigar.

Lo cual era, sin lugar a dudas, una muy buena excusa. Si se la hubiese dado a alguien de 5 años y no al hombre que lo conocía mejor que nadie en el maldito mundo.

—Hm… —murmuró Hendrik, luciendo escéptico y masticando discretamente su chicle. Se acercó con una ceja enarcada y una media sonrisa peligrosa asomando desde la esquina de su boca, pintándole un hoyuelo y haciendo que Alois comenzara a sentir el pulso galopar en su cuello. Cerró la puerta y dejó a Alois expuesto—. ¿Y encontraste algo?

—No, nada. —Recogió los hombros con el cuerpo rígido y una sonrisa tirante—. Qué suerte.

El exmilitar lo observó de arriba abajo y negó.

—Venga, dime qué ocurre.

—¿Qué? Pff, ¿qué va a ocurrir? Nada, no es… Ya te dije, las arañas.

—Arañas… —coreó, aplanando una mano en la puerta e inclinándose hacia el rostro del contrario. Alois tomó una quebrada respiración y el aroma a loción y jabón fresco de Hendrik le llenó la nariz—. Me viste llegar y corriste a buscar… arañas.

—… Sí.

Mierda.

Hendrik tomó el mentón de Alois, empujando su pulgar sobre el labio inferior del más bajo.

—Puto mentiroso —ronroneó sobre su boca—. Dime la verdad.

Alois negó.

—No estoy… No miento.

—¿Estás seguro, amor? —Raspó el filo de los dientes incisivos de Alois con la uña, forzándolo a abrir la boca.

—S-sí… —susurró con dificultad. 

—Ya. —Hendrik presionó sus labios sobre el hueso de la mandíbula foránea, justo por debajo de su oreja, dejando un beso fantasma en la piel de Alois—. Es que no te creo, cabrón —le susurró al oído.

El más bajo pasó saliva con dificultad, repitiéndose incontables veces que tenía que ser fuerte. Era el primer cumpleaños de Hendrik y en definitiva no lo iba a arruinar. Podrían torturarlo y de su boca no saldría absolutamente ni una palabra.

—Es… En realidad… —Crispó sus dedos en la camiseta del contrario, a la altura de su pecho. Tenía que pensar en algo, pronto. Ya—. Yo… Yo quiero follar.

Hendrik abandonó su oreja para mirarlo a los ojos, una sonrisa imposiblemente grande y ambas cejas levantadas en su rostro. Lució tan arrogante como la primera vez que se vieron cuando logró que Alois le pusiera la boca para un beso. 

—Lo sabía —se jactó con diversión en la voz. Alois quiso rodar los ojos y lo hizo, solo para, un segundo después, sobresaltarse cuando la mano grande y pesada de Hendrik fue a dar en su trasero—. Eres un bastardo coqueto, y yo voy a…

Tocaron la puerta. Ambos se miraron y Alois jamás había amado tanto a su madre como en ese momento. Por el ceño fruncido del rizado pudo asegurar que él no pensaba lo mismo.

—Hendrik, cariño —lo llamó—. ¿Puedes venir de compras conmigo?

Su rizado se sacudió en un gesto leve, repasando su dentadura con la lengua y sin quitarle la vista de encima, tal como un depredador al que le han prohibido ir por su presa.

—Te salvaste. —Le dio dos suaves bofetadas en la mejilla y se apartó—. Por ahora. —Tomó una chaqueta del armario y le dio una última mirada de soslayo a Alois antes de salir de la habitación—. ¡Voy, voy!

El castaño se llevó una mano al pecho, cerrando los ojos y agradeciendo por esa salvada. 

—Todo va a salir perfecto —se repitió entre profundas respiraciones. Escuchó el motor del deportivo de Hendrik—. O muy mal…

…..

14 de febrero del 2022

Era el día, el más importante de todos. Que se jodiera el resto, porque había llegado la maldita fecha y él pasó toda la tarde anterior preparándolo todo. 

Alois miró la hora en la pantalla de su móvil. Aún estaba algo oscuro y ni siquiera las aves habían comenzado su orquesta matutina. Eran las seis de la madrugada. Quizá la emoción había hecho que despertara más temprano de lo habitual. Solo un poco.

Consideró volver a dormir, lo intentó y falló. Volteó de un lado a otro, mirando a distintas partes de la habitación y finalmente intentando contar ovejas. La cama se le había hecho repentinamente incómoda y había una sensación extraña revoloteando en su pecho; ansiedad. Bufó, miró a Hendrik y la molestia desapareció. 

Qué idiota enamorado. 

—¿Hendrik? —susurró de costado, observando a su dormido amante. Le picó la mejilla con el índice—. ¿Estás durmiendo?

—Hm… —tarareó el rizado en un gruñido, volteándose y dándole la espalda sin ningún tipo de vergüenza. Eso le trajo ciertos recuerdos a Alois y se vio forzado, como un acto de orgullo, a tirar de las mantas para destaparlo—… ¿Qué pasa, corderito?

—No puedo dormir.

Hendrik gruñó, se volteó y con ojos somnolientos lo observó por unos segundos. Se apoyó sobre un antebrazo para erguirse de costado y sonrió con pereza.

—Es porque no follamos anoche, ¿verdad?

—¡No! Por Dios, no todo significa que quiero follar, Hendrik.

—Ya. —Hizo un puño con su mano y recostó sobre este su mejilla—. Pero ayer parecías bastante interesado, caza arañas.

Alois se cubrió el rostro con ambas manos, dejando salir un quejido de frustración.

—Ya olvídalo —demandó.

—Nunca.

El castaño bufó. 

—Voy a preparar el desayuno.

Hendrik comprobó la hora en su reloj de muñeca, que descansaba en la mesita al lado de la cama.

—Son las putas seis de la mañana, cordero demente.

—Ave que se levanta temprano, consigue el gusa-… —Se detuvo. Hendrik levantó las cejas sugerentemente varias veces—. Dios, te odio.

—Me amas.

—Lo hago. —Le lanzó un almohadón al salir de la cama y tomó un almidonado cárdigan que descansaba a los pies de esta—. Sigue durmiendo. —Mientras se colocaba la prenda, vio a Hendrik recibir el cojín y colocarlo tras su cabeza, manteniéndole la mirada con tanta insistencia que Alois no pudo evitar removerse al sentirse intimidado—. ¿Qué…?

El rizado metió una mano bajo la manta. 

—Me la voy a jalar pensando en ti.

—Eres imposible. —Alois sonrió sonrojado. 

Hendrik le lanzó un beso y Alois, poniendo los ojos en blanco, salió de la habitación.

Tal como lo advirtió, pasó las siguientes dos horas preparando el desayuno. Nada muy elaborado, pues no quería levantar sospechas tan temprano. Solamente un jugo recién exprimido de naranjas, frutos rojos picados, pancakes con chispas de chocolate, tostadas con queso fundido y tomates asados, huevos benedictinos y yogurt natural con distintos cereales.

Su madre lo encontró colocando el último plato en la mesa.

—¿Qué tal? —le preguntó al verla tomar asiento.

—Excelente, no va a sospechar nada.

—¿Eso crees?

—No. —Tomó la tetera y se sirvió agua caliente—. ¿No quieres poner de inmediato el pastel?

—Shhh —siseó con su dedo índice sobre su boca, luciendo histérico—. Vas a arruinar la sorpresa.

—Alois, cariño, ya estás haciendo ese trabajo tú mismo…

—¿Qué trabajo? —preguntó la víctima al llegar, luciendo recién bañado y obscenamente relajado.

Alois negó. Hendrik definitivamente se la había jalado.

—Una cita —declaró, sacándose el delantal de cocina amarrado a su cintura y con una sensación cálida expandiéndose en su pecho al ver como Hendrik saludaba a Lily con un beso en la mejilla y posteriormente se lo daba a él—. Para nosotros.

—¿Hoy? —Alternó la mirada entre Alois y Lily—. ¿Dónde iremos?

—Es secreto. Y seremos solo nosotros dos.

Hendrik entrecerró los ojos, pero no protestó. Miró la mesa y tomó una tostada con movimientos lentos, luciendo como lo haría un espía en una cena con el bando enemigo.

—Vale… Una cita —Tomó un huevo benedictino y lo colocó sobre su rebanada de pan para darle una mordida—. A un lugar secreto. ¿Debo llevar armas?

Lily irrumpió con una carcajada, y a Alois le hubiese gustado reír también si no fuese porque sabía que su dueño hablaba jodidamente en serio.

—No, preferiría que no.

—Si tú lo dices… —Tragó y aceptó la taza de café caliente que Lily le ofreció—. Gracias, ma’am. Por cierto… ¿Desde cuándo desayunamos así?

Alois se atragantó sobre su tasa y la pesada mano de Hendrik fue a dar a su espalda en unas palmadas no tan amables. 

—Es mi culpa —lo salvó nuevamente su madre—. El otro día mencioné que me gustaría algo así de vez en cuando.

—¿Es así? —Miró al castaño y él, con toda la sutileza del mundo e intentando contener la tos, asintió al punto de parecer que iba a quebrar su cuello—. Ya veo…

—¿Alguien quiere un pancake? —cambió el tema Lily. 

Alois iba a estar eternamente en deuda con ella.

Ahora solo quedaba llevar a cabo la segunda parte. La cita y la sorpresa.

…………………….

Hendrik terminó de amarrar sus zapatillas, el reloj de su muñeca marcando el mediodía. Se colocó loción en la palma de la mano y la pasó por su barbilla y cuello en un par de palmadas, con el reflejo del espejo enseñándole la persona en la que, a veces no podía creer, se había convertido.

Las heridas ya no encontraban una entrada en su cuerpo y de ellas solo se avistaba, como recuerdos imborrables, cicatrices varias por toda la extensión de su piel. Si era honesto, habían dejado de doler muchos años atrás, pero Alois parecía no creerle, y siempre dedicaba algo de tiempo a besarlas y a murmurarle que cada una de esas marcas eran parte de su historia y que él las amaba por eso. Por supuesto, Hendrik caía un poco más por él cada vez que hacía eso. Y lo demostraba incluso cuando no quería hacerlo, como un jodido perro adiestrado siguiendo cada palabra de Alois como si fuese una orden, anhelando como premio un solo atisbo de su sonrisa. Con toda seguridad, aquello hubiera sido humillante para el emperador de North Collan, no obstante, ese ya no era él. Y cada día daba las gracias por eso, por tener el lujo de ser un hombre enamorado al punto de la locura, y por tener una vida normal. 

Aunque quizá no tan normal, considerando que Alois se las arreglaba para siempre romper la rutina de ellos, como el último día en que había estado actuando extraño. Para ser más exacto, había estado actuando extraño desde hacía los últimos días. Y no, Hendrik realmente no comprendía el motivo. Pensó varias veces qué podía ser lo que tenía a su esposo luciendo ansioso y nervioso la mayor parte del tiempo. ¿Quizá era la falta de sexo? Teniendo en cuenta que, por la presencia de la madre de su esposo, no habían podido hacerlo con la frecuencia acostumbrada.

Estrechó los ojos y aplanó ambas manos sobre el lavamanos, mirándose a través del reflejo mientras aquel pensamiento comenzaba a tomar forma y a encajar con las actitudes previas de Alois; el espectáculo tras la puerta solo porque quería follar, la falta de sueño, y las miradas insistentes, pero evasivas.

—Puto insaciable —murmuró con risa en la voz, sintiéndose ganador de aquella encrucijada.

Tenía que ser eso, ¿qué otro motivo tendría Alois para comportarse así? Como un maldito adicto al crack al que le han quitado su droga.

—¿Hendrik? ¿Ya estás listo? —se escuchó al otro lado de la puerta. El rizado salió y barrió sobre la silueta de cierto castaño antes de esbozar una sonrisa triunfal que hizo al más bajo fruncir el ceño—. ¿Qué…? ¿Por qué me miras así?

—Ya sé qué te ocurre y de qué va todo eso.

Lo vio pasar saliva y fue como si hubiese sonado una campanita arriba de su cabeza, anunciándolo ganador.

—¿L-lo sabes?

—Sí. —Alois se cubrió el rostro con ambas manos y los dedos de Hendrik fueron a parar en sus caderas—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque… —Lo observó a través de sus cautelosos y grandes ojos azules—. Pensé que te molestaría.

—¿Molestarme? —Negó—. Me encanta.

—¿De verdad? —Dejó caer su frente sobre el hombro de Hendrik—. Dios, menos mal…

—Aah, joder. Corderito idiota —se burló—. Si andabas acumulado, solo tenías que avisarme…

Alois se apartó de su hombro, mirándolo como si le hubiesen salido tres cabezas.

—¿A-acumulado?

—Hm. —Hizo el ademán de bombearlo frente a él—. Ya sabes…

Por la expresión horrorizada del castaño, intuyó que no estaba del todo en lo correcto. Sin embargo, su chico demoró una fracción de segundo para pasar del horror al alivio y Hendrik, nuevamente, solo terminó con incógnitas sin respuesta.

—¡Sí! —exclamó el castaño con una sonrisa demasiado grande y tirante—. Estoy caliente y definitivamente es por eso que he actuado así. Acumulado, sí. Me descubriste.

Una ceja de Hendrik se levantó.

—¿… Es así?

—Absolutamente. —Le tomó las manos y las deslizó desde sus caderas hasta su generoso y muy pronunciado trasero—. Eres tan intuitivo, mi dueño… Mierda, no puedo creer que lo notaras.

Y bueno, cualquier duda que tuviese Hendrik al respecto, quedó sepultada entre el beso que Alois sacó de su boca y el roce de sus erecciones por encima de la ropa. Era un hombre simple, qué remedio.

Hum. Ya, ya… —jadeó Alois, rodando sus caderas contra las de su esposo con insistencia—. D-después, Hendrik. Tenemos reservación para almorzar y mi mamá…

El rizado sonrió sobre los labios foráneos, con un calor construído en su vientre y su hombría ya dura por la fricción.

—¿Y me harás salir así? —le interrumpió. Hizo el ademán de meter sus manos por debajo de los, absurdamente ajustados, pantalones de Alois, pero este lo detuvo con el cuerpo tan rígido como el de un gato en una pelea sobre un tejado.

—Mierda, no —gruñó en una mezcla de frustración y excitación. Se inclinó hacia atrás antes que Hendrik pudiera asestarle un nuevo beso—. Se te bajará sola.

—No. —Lo buscó y chupó su labio—. Haz que me corra y luego nos vamos.

—¡Mi mamá…!

—Está en su habitación. Será rápido…

Alois pareció debatirse entre sus opciones y, finalmente, chasqueó la lengua contra el paladar y se dejó caer de rodillas.

Sí, Hendrik tenía razón. Definitivamente su chico había estado actuando así por la falta de sexo.

…..

El día había sido, si Hendrik tuviese que ponerlo en palabras simples, confuso. En primer lugar, Alois lo llevó a almorzar a un lugar tan jodidamente costoso y elegante que ni siquiera pudo saborear un bocado sin sentir que resaltaba, justo como un maricón lo haría en una reunión de conservadores religiosos. Absolutamente todos lo observaban y murmuraban sobre su falta de etiqueta y por la mala pronunciación al nombrar los platillos franceses del lugar. Sin lugar a dudas, su corderito no tuvo el mismo problema, puesto que parecía moldeado para aquella vida costosa. Sabía qué vino pedir, cómo tomar la copa, de qué forma desenvolverse para verse elegante y no forzado, y hasta cuál era la maldita cuchara para la sopa o el tenedor de la ensalada. Él ni siquiera sabía que había una cuchara especial para la sopa.

Y luego el postre. Fue tan pequeño que Hendrik pensó que era solo un bocado. Alois, con una sonrisa afectuosa, pero jodidamente molesta, le dijo que aquello era para limpiar el paladar antes del postre.

Él no se molestó por nada de lo sucedido, qué va. Ya era un hombre maduro, capaz de expresar sus emociones sin invalidar las de Alois, de tener una conversación de manera pacífica con la intención de buscar una solución, y había aprendido a no enojarse por idioteces.

—Me corto los cojones antes de volver a comer en un lugar así —maldijo al salir del restaurante, golpeando su hombro contra el del mesero que, para su mala suerte, había decidido cruzarse en su camino.

Alois se disculpó con el trabajador, dándole a Hendrik una mala mirada mientras caminaban hacia el deportivo del rizado.

—Genial, porque tampoco pienso volver a invitarte —le aseguró, colocándose sus lentes aviadores y acomodándose un mechón de cabello que caía por su frente.

—¿No? —Abrió la puerta del lado del conductor y le dio una sonrisa falsa—. ¿Y a quién vas a invitar, hm?

—Imbécil.

Alois se sentó en el asiento del copiloto y dio un innecesario portazo, cruzándose de brazos y piernas en una postura que indicaba la molestia que sentía en ese momento.  

—¿Eso era necesario? —Hendrik preguntó. 

—No sé de qué hablas.

—La puerta, cabrón. ¿Tenías que cerrarla así?

—No lo sé. —Lo miró de reojo—. ¿Era necesario que te comportaras como un imbécil solo porque no estás acostumbrado a comer en lugares así?

—Pues no me habría comportado como un imbécil si me hubieras advertido que vendría a un lugar así.

—¡Era una sorpresa! —protestó, gesticulando con ambas manos—. Pensé que te gustaría, no lo sé, hacer algo distinto. Comer en un lugar bonito.

Hendrik bufó.

—¿Que me gustaría a mí o que te gustaría a ti? —inquirió.

Alois volteó el rostro hacia la ventana.

—Dios, eres insoportable.

—Ya. —Echó a andar el motor y desaparcó el auto—. Entonces, hasta aquí llegó la cita, ¿verdad? No te voy a joder obligándote a soportarme.

La mano de Alois se cerró en un puño. 

—No. —Solo eso dijo, pero sonó tan firme que Hendrik no tuvo más remedio que frenar en la salida del estacionamiento del restaurante y voltear en dirección al contrario—. No vamos a terminar el día así.

No fue una orden, fue una petición de armisticio. Fue Alois, con sus grandes y expresivos ojos azules, recordándole a Hendrik que ellos eran más que eso, más que una absurda discusión o un desacuerdo. Eran más que palabras hirientes o miradas fastidiadas.

El rizado repasó su mejilla interna con la lengua, meditando cómo podía expresar la forma en que se había sentido al interior de aquel restaurante. Porque decir que había cambiado, que ahora era mejor persona, era muchísimo más fácil que realmente serlo, y constantemente se encontraba peleando con la moldura de su vida y la crueldad que había usado siempre como una segunda piel.

—Lo siento —murmuró finalmente—. Jamás había ido a un lugar así y… No lo sé.

—Hendrik… —Alois tiró de su manga, buscando que Hendrik entrelazara sus dedos con los suyos—. Yo también lo siento, y tenías razón… Pensé en un lugar que me gustaría a mí y no… No consideré cómo te sentirías tú.

El rizado lo observó en silencio y recogió un hombro, bajando la vista hasta su regazo.

—Ya está, también fue mi culpa. No debería haberla tomado contigo. Sé que esto es parte de tu mundo, Alois, y no lo sé. Solo me jodió un poco ver que somos de dos mundos distintos.

—No, no. No es así. Hey, mírame. —Lo tomó de la barbilla y lo hizo voltear el rostro—. No somos de mundos distintos, ¿de acuerdo? No somos de ningún mundo, solo del nuestro.

Hendrik cogió la mano con la que le sujetaba el mentón y besó el dorso de esta.

—De acuerdo —coreó.

Compartieron una mirada por varios segundos. 

Un auto tras ello les tocó el claxon, instándolos a salir del camino. El más alto volvió a echar a andar el motor, con el cuerpo ya relajado y el peso en sus hombros desapareciendo. Y solo eso, saber que una vez más lo habían superado y que tras todos esos años juntos seguían poniéndose el uno al otro como una indiscutible prioridad, hizo desaparecer el nudo en su vientre para reemplazarlo por algo cálido que ya sabía distinguir a la perfección.

—Ahora, la segunda parte de la cita…

—¿Hay más?

—Sí, y estoy seguro que esto te va a gustar —Alois dijo con convicción.

Y no estuvo equivocado. Porque lo había llevado a un autocine a ver su película favorita, con grandes vasos de gaseosas y palomitas, ubicados en una posición privilegiada a poca distancia de la enorme pantalla donde se proyectaba el film.

Hendrik miró a ambos lados, sorprendido al ver que, así como ellos, había muchas otras parejas. Supuso que sería por lo buena de la película. En ese momento, su chico comenzó a rebuscar en sus bolsillos.

—¿Qué necesitas? —le preguntó. 

—Dejé mis cigarrillos en casa.

—¿Quieres que vaya a comprar?

—No, no. Voy yo.

—Nada de eso, quédate aquí. —Abrió la puerta y, tras dejarle un beso fugaz en los labios a Alois, bajó del auto.

Caminó hasta el puesto donde se vendía de todo y frunció el ceño al ver la decoración excesiva; había globos rojos con forma de corazón, peluches de parejas de osos, guirnaldas, confeti, y toda clase de cursilerías.

Parpadeó un par de veces y revisó la fecha en su teléfono. Era catorce de febrero, el jodido día de los enamorados.

—¿Qué va a querer, señor? —preguntó la chica tras el mesón, interrumpiendo sus pensamientos.

—Uh… —Apuntó en dirección a los cigarrillos—. Una cajetilla, por favor.

Ahora tenía sentido. Eso era, el maldito día del mocoso en pañales, el alado ese que andaba con el jodido arco y la flecha. Mierda, ¿entonces no era porque estaba caliente…?

—… ¡Señor! —Hendrik sacudió su cabeza.

—¿Sí?

—Le preguntaba si también va a querer encendedor.

—Sí, uno. —Miró la pareja de osos de peluche en una de las vitrinas—. Y esos… ¿No tienes más grandes?

La chica negó.

—Solo así. —Apuntó a un enorme león de felpa que reposaba en una esquina sobre una mesa. A simple vista, se podía asumir que sobrepasaba el metro y medio de altura.

No parecía realmente un león, le faltaba el aspecto fiero de uno. Pero supuso que eso era lo que las personas esperaban de las cosas así, de los peluches. Una maricona ternura, como el día de San Valentín. Fecha que él había olvidado.

—… Me lo llevo.

Cuando Alois lo vio regresar con el león bajo el brazo, la sonrisa se deformó en su boca. Hendrik entró al auto y sentó el enorme peluche sobre las piernas del contrario, aclarándose la garganta y sin saber cómo empezar a disculparse.

Había sido un maldito imbécil, mientras que Alois seguramente había pasado los últimos días planeando el maldito día del… amor, para ellos. Y bien, era una mariconería de las más insoportables de todas, pero si a Alois le gustaba, pues a él también.

—Hendrik… —Alois señaló al león sobre sus piernas—. ¿Qué es esto?

—… Un peluche —respondió tras incómodos segundos, repasando su nuca con una mano.

—Eso veo. Y lo compraste porque… —Le indicó con la palma de su mano que continuara la oración.

—Ya lo sabes —murmuró, y Alois negó—. Venga, sí lo sabes.

—Vas a tener que deletrearlo.

—Hoy… —Carraspeó, mirando hacia el proyector de la película con un rostro firme y severo.

Alois parpadeó un par de veces.

—¿Sí…?

—Que es hoy.

—¿Qué cosa?

—Ese día.

—¿Ese día?

—Ah, joder. —Empujó hacia atrás los rizos que caían por los costados de su rostro, sintiéndose avergonzado como un maldito puberto—. San Valentín, hijo de puta. Que es el maldito día de San Valentín.

—Oh… ¡Oh, sí! Es hoy.

—Ya, no te hagas el sorprendido, zorro astuto. Ya sé que por eso montaste todo esto. —Hizo una redondela con su índice.

Alois se mantuvo en silencio unos segundos.

—Sí, sí, por eso fue. Por San Valentín. —Tomó su gaseosa e hizo sonar la pajilla al succionar, mirando hacia el proyector al igual que Hendrik—. Tienes razón. —Miró a Hendrik de reojo—. Entonces…, es por eso que trajiste a este chico rudo.

—Pensé que te gustaría. —Arrugó la nariz—.  Me recordó a…, ya sabes, cuando quisiste pelear en el under y me decías que eras un león.

—En esta casa no hablamos de eso —zanjó con rojas mejillas, acusándolo. Hendrik contuvo una risa con los labios juntos—. Pero me ha gustado mucho.

—¿Sí?

—Mhm. Es cursi, como tú.

—Y una fiera como tú.

—Lo llamaré Valentín. —Hendrik se inclinó y besó su mejilla.

Supuso que no sería tan malo comenzar a celebrar ese día también.

Por suerte, el resto de su cita no estuvo para nada mal. La película fue genial, aunque haya sido una lástima que se la perdieran por estar la mayor parte del tiempo comiéndose la boca. Luego caminaron por la costa tomados de la mano, aunque nuevamente se perdieron el atardecer por haber encontrado el lugar perfecto tras las rocas para meterse mano mutuamente. No obstante, y a pesar de que gran parte de los planes de Alois habían fracasado, Hendrik estaba decidido a complacer al castaño en lo que restaba de la noche. 

Su chico decidió llevarlo a un bar amigable y cercano por unas copas, y él, como el dominante de la relación, se dejó arrastrar a pesar de que no le gustaban los lugares donde había pista de baile. Estaba seguro, por algo llamado instinto de supervivencia, de que Alois se volvería peligroso en un ambiente propicio. Su intuición se probó correcta cuando se encontró a sí mismo en medio de la concurrida pista, tras diez shots de tequila, unas cuantas cervezas y un último brindis con ron y cola.

Sí, estaba ebrio. Y también lo estaba Alois.

—Me prometiste que haríamos lo que yo quisiera —susurró este, mordiendo su oreja y arrastrando las palabras debido a la embriaguez—. Y que nunca romperías tus promesas.

—Corderito…

—Solo déjame guiar. —Colocó las manos de Hendrik en sus caderas. Probablemente, se estaban ganando más de un par de miradas indiscretas, pero como el bar era abiertamente para maricones como ellos y no eran los únicos en la pista montando un jodido espectáculo, la razón de las miradas no le molestaba, no tanto—. No tienes que hacer nada.

Hendrik ladeó la cabeza en un gesto vago.

—¿Es así? ¿Solo tengo que dejarte joderme la cabeza? —Alois se volteó y, con un meneo lento de caderas, presionó su trasero contra la media dura erección de Hendrik.

—Sí… —Levantó un brazo y posicionó su mano en la nuca de Hendrik—. Solo deja que me divierta contigo.

Hendrik mordió la esquina inferior de su labio, respirando del contrario la mezcla de su perfume y el olor natural de su piel.

—Venga. —Forzó su mano sobre el vientre de Alois, deslizando su pulgar por el borde de su pantalón y hacia abajo—. Vuélveme loco, putita.

Y Alois, con sus mejillas afiebradas, sudor sonrojándole la nuca y sin ningún tipo de inhibición debido al flujo del alcohol en su sangre, hizo exactamente eso. Hizo de Hendrik el objeto de movimientos obscenos y lentos, de miradas flojas y cargadas de deseo. Los hizo sudar, tocarse y excitarse, besarse de tantas formas que sus bocas se enseñaron abusadas y rojas.

—¿Ves cómo todos me miran? —susurró Alois con ojos cerrados, moviéndose sensualmente en un vaivén acorde a la pesada y lenta música. Hendrik, pegado a su espalda y sabiendo por dónde iba el juego de su amante, gruñó en respuesta, clavándole las uñas en las caderas con tanta fuerza que le arrancó del pecho un jadeo—. Hmm… Matarían por ser tú.

—… Y yo los mataría por eso. —Arrastró una mano a través del cuerpo del castaño, pasando por su abdomen y pecho, subiendo por su cuello y finalmente dando con su mandíbula—. Por querer lo que es mío.

—Tan celoso, mi dueño…

—No te imaginas cuánto, amor. —Sus dedos índice y corazón irrumpieron entre los hinchados labios de Alois, forzándose al interior de su boca mientras, con una fuerza dominante, le afirmaba la mandíbula—. Chúpalos. —El castaño obedeció, el movimiento circular de su lengua envolviendo los dedos de Hendrik y sin dejar de bailar—. ¿Te gustan? —El más bajo asintió con un gemido ahogado siendo opacado por la fuerte música—. Cuando lleguemos a casa, los usaré para follarte hasta que llores, hijo de puta.

No, no lo hizo cuando llegaron a casa. Porque tras salir del bar y tomar un taxi, felizmente ebrios y con sonrisas tontas en sus bocas, Alois nuevamente fue adoptando una postura nerviosa y a la defensiva.

¿Eso de joder la cabeza de Hendrik? Aparentemente se lo había tomado demasiado literal.

—¿No me vas a decir qué mierda ocurre ahora? —exigió saber tras llegar a la casa, soltando las llaves sobre la mesa del comedor y con Alois cerrando la puerta principal del salón.

—… Sí, es solo que… —Aplanó sus manos en el pecho de Hendrik y lo hizo retroceder hasta un sofá. Podía apreciarse en él una pesada inquietud, un distanciamiento que hacía al rizado apretar la mandíbula con fuerza. Ver a Alois de esa forma era algo a lo que no creía poder acostumbrarse, y que no le dijese el motivo, solo lo empeoraba—. Espera aquí.

—¿Por qué demonios no me dices qué pasa contigo hoy? Pensé que era por el día del amor y esa mierda, pero parece no ser eso…

—No te puedo decir. Es una sorpresa.

—Sorpresa —repitió con un suspiro cansado—. Preferiría que simplemente me dijeras de qué va todo esto.

—No puedo… Pero es la última parte, lo prometo. Solo dame unos minutos.

—Como quieras, pero primero le avisaré a tu madre que llegamos.

—No es necesario… —Lo empujó de regreso al sofá cuando este hizo el amago de levantarse. 

—¿Por qué? —Hendrik frunció la frente. 

—No está.

—¿Y dónde está?

—Uhm… En un hotel.

—¿Por qué…? Oh. —Ahora tenía sentido y, como consecuencia, una sonrisa no demoró en aparecer en su rostro, empujando lejos la irritación previa. Sabía que Alois quería follar, lo sabía. ¿Su intuición? Jamás fallaba—. Vale, vale. Me espero aquí.

Alois asintió, y del bolsillo trasero de su pantalón sacó una venda. Una maldita venda.

—Es para que no me espíes —se excusó mientras la amarraba sobre sus ojos.

—Jamás me atrevería —mintió, dejándose hacer con una sonrisa tenue y frotando las palmas de sus manos sobre sus muslos—. No demores mucho.

—No lo haré. —Dejó un rápido beso sobre los labios de Hendrik y, tras apagar la luz, desapareció. No demoró mucho, y antes de que el rizado pudiera comenzar a llamar por él, sus pasos se escucharon de regreso—. Ya puedes sacarte la venda.

—¿No prefieres hacerlo tú? —sugirió con voz almibarada y ronca.

—Tengo las manos ocupadas.

—Hm, eso me interesa. —Procedió a quitarse la venda con movimientos prestos. Y de todo lo que esperaba encontrar frente a él, un Alois sosteniendo un pastel de cumpleaños con velitas encendidas, no estaba en sus opciones—. ¿Qué…?

—¿Feliz cumpleaños? —tanteó el castaño con una sonrisa temerosa y masticando su labio inferior en un mohín de nerviosismo.

La sonrisa cayó del rostro de Hendrik, dando lugar a una expresión incómoda. Su pecho se sintió apretado y fue en ese momento en que se dio cuenta de aquello que había olvidado.

—¿Qué…? ¿Por qué luces así…? —Alois se apresuró a preguntar, luciendo en honesto pánico—. ¿No te gusta? Dios, sabía que esto era mala idea. Hendrik, perdón, yo no…

—Hey, no. Tranquilo. —Hendrik saltó del sofá y en pocos pasos llegó hasta él. Ahuecó la palma de su mano y acunó la mejilla de Alois—. No es por eso, corderito. Solo me tomó por sorpresa.

Intentó sonreírle, no obstante, falló.

Alois apartó la mirada.

—Te dije que era una sorpresa —murmuró el castaño. 

—Bueno, no me esperaba esta sorpresa.

—Lo odias, ¿verdad?

Su esposo sacudió la cabeza, sus hombros desplomándose lastimeramente. Hendrik se sintió culpable, roto y sin posibilidad de arreglo al notar cómo, algo tan simple como disfrutar un cumpleaños, le había sido arrebatado desde tan temprana edad.

—… Un poco —confesó al final. Se relamió y negó, intentando poner rápidamente en orden sus pensamientos mientras recuperaba de las manos de Alois el pastel—. Pero no es por lo que tú crees… —Lo dejó sobre la mesa del comedor y pasó saliva un par de veces, usando sus manos sobre su boca y nariz en un gesto de incomodidad que sabía no pasaría desapercibido para el contrario—. Yo, mierda, mamón… No recordaba que hoy era mi cumpleaños.

—Sí me di cuenta… —Se dejó tironear por Hendrik y no opuso resistencia cuando este lo levantó y sentó sobre la mesa, a un lado del pastel.

La oscuridad de la noche les otorgó una intimidad cálida, fracturada únicamente por la luz anaranjada de las pocas velas que se derretían sobre el pastel.

—No. Es decir, no hoy, sino que no recordaba qué día era. —Separó las piernas de Alois y se encajó entre estas, permitiéndole al castaño rodearlo por la cintura. Necesitaba esa cercanía en ese momento, probablemente su chico también—. Pasaron demasiados años desde la última vez que pensé en él y… supongo que simplemente me olvidé de la fecha.

Alois pareció comprender a qué se refería, y el dolor hizo un poema de su rostro.

—¿Es verdad que nunca lo celebraste?

—Nunca —confesó, solo para mantenerse en silencio después de eso, con la vista perdida en el pastel de cumpleaños al lado de Alois, observando a las llamas anaranjadas bailando de un lado a otro.

—¿Qué ocurre, bebé? —Alois le preguntó ante su gusto. 

—No me gusta —Hendrik murmuró en respuesta. 

—¿Qué cosa?

—Que lo hayas descubierto… El día que nací.

—¿Por qué?

—Porque no siento que sea algo para festejar, el que yo haya nacido. No siento que debamos… celebrarlo.

Y era una estupidez siquiera darle un pensamiento a eso. Le hubiera gustado simplemente olvidar que ese día existía; sin embargo, estaba seguro que el hombre que había elegido por compañero de vida, no lo dejaría hacer eso.

—Hendrik, yo no celebro eso… —le confesó, soltándolo y comenzando a besar uno a uno los nudillos de una de sus manos—. No lo hago por ti, lo hago por mí. Porque es el día más importante para mí, ¿sabes por qué?

—No…

—Porque es el día en que nació el amor de mi vida, que llegó el alma que complementa la mía. Y si no te gusta pensar en este día como tu cumpleaños, puedes pensar en eso.

Una sonrisa de bordes suaves y tibios se dibujó en la boca del rizado.

—Eres un…

—Corderito mamón, sí. —Picoteó los labios de Hendrik, interrumpiéndolo—. ¿No vas a soplar las velitas? Puedes pedir un deseo primero.

—Sería inútil. —Lo miró directamente a los ojos—. Mi deseo ya se cumplió.

Las mejillas del más bajo se pintaron de rojo, y aunque intentó ocultar su sonrisa mordiendo su labio inferior, Hendrik pudo apreciarla en toda su magnificencia.

—Deja de hacerme competencia o terminarás siendo el mamón de la relación —murmuró con la voz hecha un susurro.

—Me llevas demasiada ventaja para que eso ocurra.

Alois rodó los ojos.

—Sopla las jodidas velas.

Hendrik obedeció, pensando en que quizá si lo veía de esa forma, como el día en que ocurrió algo bueno para Alois, no odiaría tanto pensar en ese día. Por Alois, seguramente sería capaz hasta de llegar a amarlo, porque le era imposible no amar algo de él.

…..

No comieron pastel, pero prometieron hacerlo al día siguiente. Estaban demasiado cansados, con la borrachera de horas atrás ya siendo un recuerdo, y ni siquiera habían follado. Cuando Hendrik mencionó que no entendía por qué no habían hecho nada, Alois atribuyó al haber pasado un día “lleno de emociones” y sugirió que se fueran a la cama a dormir. A dormir sin haber hecho nada, porque claramente creía que Hendrik tenía cojones de hierro.

Dentro de la ducha, el agua tibia cayó sobre el rostro de Hendrik y realizó un recorrido hasta el resto de su cuerpo. La agradable temperatura desterró por completo la tensión que acumularon sus músculos durante el día. De manera mecánica, lavó su cuerpo y pasó las manos por su cabello para enjuagar los restos de champú. 

Escuchó que tocaban la puerta, la cual no demoró en ser abierta. Alois entró con varias toallas dobladas sobre sus brazos, y guardó unas cuantas en el pequeño armario del baño y se acercó a la ducha para colgar las restantes.

—¿Cuándo será el día que recuerdes revisar si hay toallas en el baño?

Hendrik bufó bajo la cascada de agua y se giró para mirarlo.

—No me moriré por salir de la ducha sin toalla.

Alois apoyó un puño en la cadera y resopló.

—No, pero hará que tenga que trapear el piso. —Apuntó, rodando los ojos—. Sin duda no es la mejor manera para celebrar tras una cita.

Hendrik observó la postura altanera de Alois, la manera en que ladeó ligeramente la cadera y alzó la barbilla para verlo con una pizca de desafío en el espejo azul de sus ojos. Le hizo sonreír y pasar la lengua por su labio inferior.

—Ya —dijo, deslizando la puerta de cristal de la ducha, el vapor del agua caliente escapando. Captó con diversión la manera en que los ojos de Alois recorrieron rápidamente su cuerpo desnudo—. Aprovechando tu amabilidad con la toalla, ¿por qué no me alcanzas la botella que está en el gabinete en el espejo?

Alois frunció las cejas un instante, como si sospechara algo de la intención tras ese sencillo favor, pero finalmente accedió con un encogimiento de hombros. Con sus pies descalzos, recorrió las baldosas del baño hasta el espejo y abrió el mismo para observar lo que había dentro.

—¿La botella de jabón? —preguntó, haciendo el ademán de tomarla.

—No —respondió Hendrik desde la ducha—. La botella negra.

Tomó la botella y volvió hasta la puerta de cristal. Le tendió el envase a su esposo, dispuesto a dejarla en su mano y salir del baño, pero Hendrik le dedicó aquella sonrisa que perfilaba sus labios en una mueca peligrosa. Y Alois, que conocía aquel gesto tan bien, tomó un áspero respiro segundos antes de que todo sucediera.

Hendrik lo tomó de la muñeca y tiró de él hasta llevarlo dentro de la ducha. Cerró la puerta de cristal y se aprovechó de la inestabilidad de Alois sobre las baldosas húmedas para dejarlo bajo la cascada de agua.

—¡¿Qué mierda, Hendrik?! —se quejó, dando un manotazo sobre su pecho, tosiendo cuando tragó algo de agua.

—El agua es agradable —Hendrik se excusó simplemente, soltando la muñeca ajena y en cambio rodeando el cuerpo más pequeño entre sus brazos para apretarlo contra su cuerpo—. Quédate conmigo, corderito.

—¡Pudiste pedirlo amablemente!

—Estoy siendo amable… —susurró mientras cerraba sus dedos sobre el cabello de Alois y le obligaba a estirar el cuello, para así inclinarse sobre la piel expuesta—. ¿No quieres quedarte?

Alois emitió un sonido diminuto, un suspiro tan bajo que casi pasó desapercibido por el ruido de la ducha. Pero no para Hendrik, que sonrió contra el pulso que golpeaba en sus labios.

—No lo sé —le escuchó responder—. ¿Debería?

—Te puedo convencer —Hendrik susurró. 

—¿Cómo lo harás?

—Es mi cumpleaños…

Un gruñido salió como protesta de los bonitos labios de Alois

—Eso es jugar sucio.

—Sí. —Le dio un lametón a la extensión de su mandíbula—. Cuando se trata de ti, no tengo códigos.

Subió hasta los labios del castaño y comenzó mordisquearlos y chuparlos, forzando que los abriera y así poder empujar dentro su lengua, intensificar aquel beso mientras se dejaban empapar por el agua de la ducha.

—¿Vamos a hacerlo aquí? —preguntó Alois entre jadeos desacompasados, la respiración de ambos colisionando junto al vapor mientras Hendrik comenzaba a desabrocharle el pantalón—. Mhm… Deberíamos ir a la cama.

—También lo haremos en la cama. —Hendrik sonrió con altanería y, sin ningún apuro porque aquel preludio terminase, volvió a atacar su boca. El beso fue más duro y animal, sin ninguna otra razón de ser que desarmar a Alois, volverlo un desastre de gemidos de piel roja y caliente. Lo restringió contra la pared y cuando, con algo de dificultad, finalmente lo tuvo desnudo, lo volteó con una de sus manos—. Porque es mi cumpleaños.

Mordió la nuca de Alois y chupó su bronceada piel hasta que pudo apreciarse en esta un rojizo cardenal.

—Ngh… Deja de decir eso —demandó, apoyándose con ambas manos contra la pared—. No es justo…

—Lo que no es justo… —Le quitó el frasquito negro que hasta ese momento había estado sosteniendo entre sus dedos—. Es la facilidad con la que me pones, hijo de puta —Lo abrió, haciendo girar la tapa con sus dientes—. Sostén tu trasero con ambas manos.

Alois lo observó por encima del hombro y negó.

—No me vas a lubricar con champú, Hendrik.

—No es champú.

—¡¿No lo es?! ¡¿Entonces, por qué me pediste esa botella?!

La sonrisa cínica de Hendrik, con dos grandes hoyuelos y el filo de sus dientes a la vista, fue la única respuesta que le dio al más bajo.

Bajó la vista a su trasero y, con la mojada palma de su mano, le dio un azote.

—Te di una orden —susurró contra su oreja—. No me hagas decirla dos veces.

Alois dejó salir un suspiro tembloroso y llevó ambas manos a sus glúteos en un movimiento lento y titubeante. Los separó y apoyó el costado de su rostro en la fría pared.

—Bueno… —Se relamió y comenzó a arrastrar las puntas de sus dedos por la espina dorsal de Alois, perdido en la magnífica vista que el contrario le ofrecía; tan dispuesto para él—. Feliz cumpleaños para mí.

—Mierda, Hendrik. Cállate —demandó el castaño con ojos cerrados, temblando y ruborizado hasta las orejas.

—¿Por qué? ¿Estás avergonzado después de tantos años haciendo esto? —Bajó hasta quedar de rodillas y, con la vista fija en el tierno anillo muscular expuesto, se lubricó los dedos de una mano. Tanteó la zona, sonriendo ante el movimiento de la pelvis de Alois que acusaba cuánto lo deseaba, quizá tanto como él—. Al menos tu jodido cuerpo sí es honesto.

—Yo tambi-… Hhm. —Se sobresaltó cuando Hendrik, inclinado sobre él, mordió su trasero.

Con el agua de la ducha manteniendo sus cuerpos calientes, mezclado con el agotamiento del día y el alcohol de la noche, todo se convirtió en una vorágine de movimientos desordenados y exceso de mordiscos y lametones. Hendrik comenzó con la presión justa de un dedo corazón para irrumpir en la intimidad de Alois, comenzando a penetrarlo y dilatarlo con movimientos rápidos y una excitación que podía verse en su propia hombría. No demoró mucho en tener tres de sus dedos dentro del contrario, y en tenerlo pidiendo por más, este asegurándole entre gemidos y con su propia erección erguida y goteando que ya era suficiente, que no necesitaba que lo preparase más.

Hendrik se colocó de pie y tiró de él con una mano en su cadera para que levantara más el trasero. Al más bajo no le quedó otra opción que afirmarse en la pared, gimoteando de dolor y placer cuando un antebrazo de Hendrik se presionó sobre su nuca, inmovilizándolo con dureza.

—¿Esto quieres? —jadeó sobre su oído, frotando su hombría en la división de su trasero y dejando marcas en su filosa cadera debido a la fuerza con la que enterraba sus dedos—. ¿Que te folle hasta que no puedas estar de pie? ¿Que me corra en ti hasta que no puedas tomar más?

Alois, con un movimiento pobre de cabeza, asintió.

—…Mhm. Eso… Eso quiero —susurró en una confesión—. Quiero sentir que soy tuyo.

—Joder, sigues siendo… aah. —Se alineó en su entrada, dejando caer la frente en el antebrazo con el que inmovilizaba al contrario—. Sigues siendo un puto masoca, Alois.

Lo penetró haciendo rodar las caderas, levantando los talones del suelo y apuntando a encontrar con rapidez la zona de placer que desarmaba a su chico. El estremecido gemido que Alois le obsequió hizo eco en su cabeza, y llevó su mano a la erección contraria y comprobó con una mirada rápida que se había corrido, solo con eso, solamente con su pene penetrándolo. Fue como si hubiesen soltado la correa que hasta ese momento lo tenía amarrado.

Desde ese punto en adelante, todo fue una composición de embestidas lentas y rápidas, de movimientos oscilantes y otros crudos, de un encuentro tan frenético como intenso. Chupó incontables tramos de piel, dejó huellas con sus uñas y dedos y lo folló como la bestia que a veces dejaba ver. Y que, en realidad, era. 

Las puertas de cristal estaban empañadas, las huellas de sus dedos irrumpiendo sobre ellas debido a que se había afirmado en más de una ocasión. La botella de lubricante yacía olvidada en el suelo al igual que las ropas.

—H-Hendrik, ya no puedo más. ¡Ah! —gimoteó el castaño ante las insistentes y despiadadas acometidas con las que el rizado lo penetraba.

—Sí puedes. Deja que me corra una vez y vamos a la cama —le prometió. Pegó su pecho a la espalda ajena cuando, con sus dedos, lo sostuvo por la parte delantera de su cuello, apretando lo suficiente para que las respiraciones salieran erráticas a través de sus labios mojados y entreabiertos.

El interior de Alois lo apretó, y maldijo entre dientes al saber que eso había sido a propósito; sin embargo, encontrándose demasiado ido en placer y siendo llevado únicamente por sus instintos, no encontró palabras para protestas y solo pudo continuar empujándose en él en busca del orgasmo.

—No tan fuerte… ¡Ah, ah! —gimoteó, sus piernas flaqueando y teniendo que ser sostenido por Hendrik, quien, sin poder aguantar más, se corrió dentro de Alois, mordiendo el tramo de piel y músculo que se hallaba entre su cuello y hombro.

La ducha, después de eso, transcurrió en un par de segundos. Ninguno quería detenerse ahí, así que follaron dos veces más en la cama antes de irse a dormir. 

En cuando Hendrik despertó en la madrugada con los matices del cielo cambiando de color, sintió un peso conocido en su dedo anular. Se removió con pereza, apartando algunos mechones de sus ojos y enfocando la vista en su mano izquierda. Sonrió al ver que en torno a su dedo se cerraba una argolla de matrimonio. Miró al chico a su lado y besó su mejilla al comprobar que, tal como él, llevaba una argolla idéntica a la de Hendrik sobre el tatuaje de su dedo. 

Ahora comenzaba a entender por qué los cumpleaños eran jodidamente felices.

Y, suponiendo que no podría volver a dormir debido a que la maricona emoción contenida en su pecho se lo impedía, se levantó y, tras tomar su teléfono, caminó hasta la cocina por una taza de té caliente. Con el jarrón en mano y llevando tanto el torso como los pies desnudos, salió a la terraza y respiró del aire húmedo y fresco de la mañana.

Entre sorbos y con una sonrisa idiota que le sería imposible de borrar durante el resto del día, envió un simple mensaje a cierto compañero.

“Tú sabías”.

Solo eso.

Zev no demoró en llamarlo de regreso.

—Feliz cumpleaños, hijo de puta. 

—Son unos cabrones —acusó con una sonrisa al borde de su tazón—. Pero lo dejaré pasar porque no estuvo tan mal.

—Bah, conociendo a tu mamón, seguro se montó todo un panorama. 

—Lo hizo, pero ya sabes que por eso me gusta. —Escuchó el sonido del agua del grifo de la cocina y supuso que Alois había despertado—. ¿Cómo has estado tú? ¿Todo bien?

—Bueno… Así como primicia, te tengo algo. 

—¿Qué hiciste?

—Me convertí en mecenas. 

Mecenas. Zev se convirtió en un maldito mecenas, en la clase de hombres que Hendrik más había despreciado aquellos años.

Cerró los ojos y se forzó a respirar lento, a no dejar que eso le afectara. No era su vida, después de todo. No tenía nada que ver con él. Él había dejado ese mundo. Ya no era un maldito perro de pelea.

—No me jodas, cabrón —intentó bromear—. ¿De verdad?

—De verdad. 

—Pero… ¿Cómo demonios?

—Hace poco mis papeles terminaron de arreglarse. Ya estoy limpio y soy oficialmente dueño de un casino. 

—Zev… ¿Estás seguro que quieres meterte en esa mierda? —tanteó con cautela y con un tono de voz por debajo de lo normal.

—Supongo que eso lo dirá el tiempo. Por ahora, solo sé que es una parte de mí de la que no puedo deshacerme. 

—Solo ten cuidado, bastardo.

—Lo tendré. Y no te preocupes, eh. Tampoco me interesa involucrarme mucho, solo ir a algunas peleas y divertirme como lo hicieron con nosotros alguna vez.

Tragó seco.

—¿Ya tienes peleador?

—Lo tendré. Estuve interesado en uno, pero no quiso ser mi peleador. ¿Sabes cómo le dicen?

—¿Cómo? —preguntó sin querer saber realmente.

—Emperador. Estuve averiguando y era un guardaespaldas de élite antes de caer en ese hoyo… Me recordó un poco a ti, solo que no es tan amable. Tampoco maricón. 

—Eso dicen todos —resopló en una risa.

—Pensé lo mismo. 

—¿Y Nevin? ¿Está de acuerdo con que participes del under?

—No lo sé, me dejó para navidad. 

Hendrik resopló. Esa relación era una maldita montaña rusa.

—¿De nuevo? ¿Qué hiciste esta vez?

—Te lo acabo de contar, me uní al under. 

—Estás desperdiciando una buena vida, Zev… No seas tan imbécil.

Zev se mantuvo en silencio unos largos segundos.

—Supongo que… no todos los demonios podemos vivir fuera del infierno. 

El rizado guardó silencio, sin saber qué responder.

Sintió los pasos de Alois y posteriormente sus brazos cerrarse en torno a su cintura.

—Llegó mi mamón, hablamos luego.

—Como digas. Cuídate, emperador. 

—Ese ya no es mi lugar.

Colgó la llamada y colocó su mano por encima de la ajena, con la mirada perdida en el cielo que comenzaba a iluminarse a causa del presuntuoso sol. La luna ya se encontraba relegada por todo el resto del día.

—¿Cómo está Zev? —preguntó su esposo, desperdigando besos en su espalda.

Hendrik recogió los hombros.

—No lo sé, corderito… —Suspiró—. Solo espero que termine bien.

—¿Por qué lo dices? ¿De qué hablaron?

—Del under. —Sintió a Alois tensar su agarre—. Pero no es tan malo…

—¿Por qué lo dices?

—Porque, al parecer, el infierno tiene nuevo rey y la parca un nuevo enamorado.

5 comentarios en “Especial de San Valentín”

  1. precioso, como todo lo que escribe roma, te adoro….es hermosa esta historia, me diste mas de lo que esperaba, mil gracias y ojala pronto salga la continuacion de prisionero…..se ve que promete mucho!!! uwu

  2. Tan hermoso, gracias por este extra. Me encanta como poco a poco los dos supieron hacer de cada momento ya sea bueno o malo, algo para complementar su relación. Gracias Roma 💙💚

  3. “- Porque, al parecer, el infierno tiene nuevo rey y la parca un nuevo enamorado”. NO MAMES, QUEDÉ HELADAAAA!!!!!! Ya nos urge Emperador!!!
    Amo que Hendrik ya esté haciendo las pases con sus demonios, leer que mis bebés están en paz, felices y enamorados me genera una felicidad que no puedo explicar.
    ¡Muchas gracias Roma! Siempre es una dicha leer algo tuyo.❤️

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra